martes, 17 de noviembre de 2009


Guerra civil de Estados Unidos
En la guerra civil estadounidense encontramos relatos sobre el uso de la terapia por ambos contendientes:[4] [2]
William W. Keen, un cirujano del bando federado anotó que a pesar de su apariencia aparatosa, las moscas no eran perjudiciales para el proceso de recuperación de las heridas, aunque por parte de los ejércitos de la unión no se prestó atención a esta posibilidad terapéutica. Sin embargo, Joseph Jones, oficial médico del bando
confederado, escribió:
Observé frecuentemente heridas descuidadas ... llenas de gusanos ... mi experiencia indica que esos gusanos sólo destruyen el tejido muerto, y no dañan las partes específicamente sanas
La primera utilización
terapéutica documentada de larvas es adjudicada a un segundo oficial médico, también confederado, J. F. Zacharias, quien reportó que:
los gusanos ... en un sólo día podían limpiar una herida mucho mejor que cualquier otro agente que hayamos utilizado ... Estoy seguro que salvé muchas vidas con su utilización.
Debido a que los hospitales sureños eran menos higiénicos, los soldados estaban más expuestos a las moscas y sanaban antes, teniendo además una mayor tasa de supervivencia.
Primera guerra mundial [
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Durante
primera guerra mundial, el Dr. William S. Baer, cirujano ortopédico, observó para su sorpresa que en las heridas en las que se encontraban larvas no se había formado pus. Antes bien, incluso aparecía neoformación de tejido. Se fijó especialmente en el caso de un soldado encontrado herido tras varios días con fracturas de fémur y heridas de considerable tamaño en la musculatura abdominal y en el escroto. Cuando el soldado llegó al hospital, no tenía ninguna muestra de fiebre a pesar de la naturaleza severa de sus lesiones. Cuando se le desvisitió, se observaron “millares y millares de gusanos que ocupaban toda el área de la herida”. Cuando las larvas fueron retiradas “no había prácticamente hueso expuesto a la vista y la estructura interna del hueso herido se encontraba tan bien como las piezas circundantes que fueron cubiertas enteramente con una capa del tejido rosado y fino, más hermoso de lo que uno podría imaginar”. Este caso ocurrió en un momento en que el índice de mortalidad para las fracturas compuestas del fémur era cerca de 75-80%.[2]
Tras la guerra, en la
Universidad de Johns Hopkins, en 1929, el Dr. Baer introdujo larvas en 21 pacientes con osteomielitis crónica (inflamación de la médula ósea) insuperable. Observó un rápido desbridamiento, reducciones en el número de organismos patógenos, niveles reducidos del olor, alcalización del lecho de la herida e índices ideales para la sanación. Las 21 lesiones abiertas de sus pacientes fueron curados totalmente y fueron dados de alta del hospital después de 2 meses de la terapia larval. Muy pocos pacientes desarrollaron complicaciones serias, como gangrena gaseosa o tétanos. Baer insistió por ello en la esterilización de las larvas.[2] [5]
Tras la muerte de Baer en 1931, el éxito de la aplicación de su terapia fue tal, que más de 300 hospitales en En Estados Unidos la aplicaron con regularidad, y aparecieron más de 100 publicaciones en el periodo comprendido entre 1930-1940. La literatura médica de este tiempo contiene muchas referencias al uso acertado de gusanos en heridas crónicas o infectadas incluyendo
osteomielitis, abscesos, quemaduras y mastoiditis subaguda.[2] Posteriormente muchos otros países adoptaron esta solución.[6] [1] La compañía farmacéutica, Lederle, produjo un gran comercio con los “gusanos quirúrgicos”, las larvas de Phaenicia sericata, un insecto necrófago facultativo que consume solamente el tejido fino necrótico. El uso extensivo de la terapia de gusanos tras la Segunda Guerra Mundial fue deshechado tras el descubrimiento y la utilización creciente de la penicilina.[6]
Resurgimiento de la terapia
En las décadas de los 1970 y 1970 el tratamiento se empleaba como último recurso en los casos de infección más refractarios.[7] [8] En la década de los 1990 se produce un resurgir de la terapia. Debido a la aparición de bacterias resistentes a los antibioticos, una serie de publicaciones abordan la revisión de la terapia larval, en lo concerniente a la comparación con la eficacia de otros métodos y en la necesidad de esperar hasta que fallen otras intervenciones cuando el factor tiempo es importante en los cuidados de las heridas.[2] Ronald Sherman, un médico actualmente en la Universidad de California, en Irvine, realizó una serie de estudios que promovieron la reintroducción con éxito la terapia larval en el arsenal terapéutico de la asistencia médica moderna como terapia segura y eficaz. En 1989 comenzó a criar las moscas que previamente mantenía en su laboratorio en el centro médico de veteranos de Long Beach, California, para utilizar las larvas en el tratamiento de heridas.[9] El éxito de este ensayo clínico en pacientes en los que habían fracasado dos o más tratamientos convencionales atrajo la atención internacional y la aceptación de este tratamiento. La especie terapéutica utilizada, tras valorar otras fue Phaenicia sericata, la más empleada hasta el momento.
En
1996 se creó la Sociedad Bioterapéutica internacional, una asociación profesional que se ocupa del estudio y la promoción de tratamientos con organismos vivos, y en especial de la terapia larval.[10]
En el año
2002 la terapia ya estaba siendo empleada en más de 2000 centros de salud.[2] En 2003 la FDA determinó que la regulación de su uso se debía ajustar a la de un tratamiento médico. Actualmente, el número de centros que aplican esta terapia probablemente excede de los 10 000.[11]
Fundamentos terapéuticos
El efecto terapéutico de la terapia larval sobre heridas con infecciones agudas o crónicas se debe a la acción sinérgica de múltiples substancias con tres modos de acción:
desbridamiento, desinfección y estimulación de la cicatrización.[2]
Desbridamiento
El desbridamiento es una intervención que consiste en eliminar el tejido necrótico de una herida, puesto que se piensa que éste interfiere con su proceso de recuperación. Sin embargo, éste último extremo no está demostrado.[12] Las larvas realizan esta tarea sobre las lesiones porque poseen una digestión externa, lo que significa que secretan jugos digestivos con enzimas proteolíticas a su medio externo para posteriormente absorber el producto así logrado. En las larvas terapéuticas, la digestión de los tejidos no es indiscriminada, sino que se dirige exclusivamente al tejido necrótico. En el aparato bucal de los insectos existen elementos especializados en forma de pequeñas espículas y garfios que facilitan la penetración de los jugos y probablemente estimulan la secreción de citoquinas que ayudan a la recuperación del trauma.[2] Aunque el proceso de desbridamiento es más rápido que con otros métodos, como el hidrogel, la ventaja en cuanto a coste-eficacia no está muy clara, aunque podría ser algo superior[12]
Acción antimicrobiana [
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Las larvas limitan o eliminan la carga bacteriana de las heridas mediante una acción mecánica y por proteínas específicas (
defensinas y seraticinas), así como por las propias enzimas digestivas. El desbridamiento por si mismo realiza gran parte de esta tarea. Por otra parte, tanto los patógenos como sus toxinas son lavadas por las grandes cantidades de fluido generadas. Se cree que la acción bactericida de las secreciones del insecto es fruto de su adaptación a un medio con abundante flora bacteriana. Es posible también que impidan la proliferación de microorganismos creando un ambiente hostil para ellos, mediante la alcalinización y sustancias como la alantoína, el bicarbonato amónico y la urea.
Algunos estudios muestran que las larvas pueden aprovechar las sustancias sintetizadas por ciertas bacterias en su propio beneficio. Un ejemplo de este este tipo de relaciones
simbióticas sería el de Proteus mirabilis, que secreta toxinas antibacterianas como el ácido fenilacético y el fenilacetaldeído. Es posible utilizar las larvas conjuntamente con antibióticos.[2]
Sin embargo, un estudio reciente demuestra que las larvas pueden no tener efectos directos sobre el crecimiento bacteriano, y que incluso pueden aumentarlo. El estudio propone que la disminución de gérmenes observada en la práctica podría deberse a efectos indirectos, y en especial se refiere a la estimulación del
sistema inmunológico.[13]
Cicatrización
Desde las primeras observaciones se comprobó que las heridas tratadas con larvas mejoraban con mayor rapidez, con una pronta aparición de tejido granulado. Parece ser que las sustancias antisépticas antes mencionadas actúan también como
factores de crecimiento y estimulan el suministro de oxígeno a la zona afectada. Este efecto también se obtiene en las variantes en las que se aísla las larvas de la lesión mediante bolsas textiles. Se favorece la curación y el remodelado mediante la estimulación de tejido granulado que rellena el defecto, y simultaneamente el de un epitelio de recubrimiento, la contracción de la herida y la disminución de su tamaño. Todo ello se produce por:[2]
Estimulación mecánica en el caso de la aplicación directa.
Diversas sustancias ya mencionadas y otras específicas.
Hormonas del propio insecto.
Citoquinas, como
IFNγ e IL-10.
Activación generalizada del sistema inmune.







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